jueves, 5 de junio de 2008

Miguel Barceló en La Graciosa*

Miquel Barceló es una de las firmas más representativas de la pintura internacional. El personaje Barceló marca época y apasiona con su aventura creativa. Sus obras, de gran potencia y muy cotizadas, son apetecidas por museos y coleccionistas.
El autor mallorquín lleva 30 años de pugna, en la ola y en la brecha, desde que se afamó con su gesto expresionista y transvanguardista, igual que una joven estrella del rock. En Europa aporta una cierta idea mediterránea de la España moderna y engarza con la herencia de Picasso y Miró. Es premio Príncipe de Asturias y hace 20 años fue premio Nacional de Artes Plásticas. “Mi proyecto principal es pintar cada día en el taller. Eso es lo que hago”, explica este artista total, que no se ha endiosado ni desconectado de su mundo, de las amistades antiguas y bohemias que conoció en su dura batalla de los años setenta en Palma y Barcelona.

Respetado y triunfador, se pronuncia radical contra la destrucción del paisaje de Mallorca o la guerra de Irak. Barceló fue el último ecologista que, en 1977, abandonó la ocupación de la isla de Sa Dragonera, en Andratx, para evitar su urbanización.

Trashumante, vive y trabaja en Mallorca, París y Malí. Pinta, dibuja, obra el fango, hace esculturas, crea escenografías, interviene en una performance y escribe en la agenda de bolsillo. No es creyente y el poder antiguo de la Iglesia le encomendó la intervención con el milagro de los panes y los peces en la densa biografía litúrgica, en el memorial de
arte que es la seo, un sueño que no pudo cumplir Joan Miró, vetado por los canónigos en la dictadura.

Andy Warhol retrató con fascinación al pintor estrella de Felanitx, que tuvo taller en Nueva York, donde expuso con el mítico galerista Leo Castelli.
Su carisma y capacidad de seducción corren parejas a su fuerza expresiva y dedicación.
En una década, su cotización se multiplicó por 10, y por 400 su primera litografía. Un óleo con su firma se vendió por 1,2 millones de euros en una subasta en Londres. Le fastidia abordar la cuestión. “Ahora se da al arte un gran protagonismo del mercado, una especie de monetarización absoluta, se ponen los precios de las cosas como un adjetivo. Igual que en Estados Unidos hablan de un traje de 100 dólares, se alude a las obras de arte sólo por su cotización. Es una vergüenza. Cuando tú miras un picasso o un velázquez no piensas en los millones. Es una concepción obscena”.

Creador sin tendencia ni filiación, vindica la pintura y está en la vanguardia. No desdeña riesgos ni propuestas innovadoras. Ha sido invitado por el Louvre y el Pompidou de París, el Macba de Barcelona, el Prado y el Reina Sofía de Madrid. En la estela de Barceló desde los ochenta se animan generaciones de artistas. Es un tipo diverso y llano, sin misterios.

Fue amigo de Camarón y lo es de Rancapino y de los espadas Curro Romero y Luis Francisco Esplá.
Insular, navegante y buceador, durante el mes de marzo de 2004 Barceló pinta en La Graciosa las olas que rompen en la orilla de sus costas dando lugar a una serie de cuadros de temática marina que expondrá en verano en la Galería Timothy Taylor de Londres. Como taller, en La Graciosa utilizó un almacén perteneciente a mi amigo José Luis, quien no supo a qué magnífico artista alojaba entre sus paredes. Seguramente Barceló valoró ese anonimato tanto como los paisajes que reflejó en sus cuadros.

*Documento en parte extraído del El País digital.

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